En la extravagante comunidad literaria, cuando deseamos enaltecer sinceramente a un autor, vamos y lo sepultamos. Hay que oír los panegíricos que se suscitan frente al cadáver. Un prosista muerto -no importa que haya redactado insufribles obras de tercera o de cuarta- adquiere mucho más prestigio y relevancia que un novelista vivo que haya escrito obras de mayor calidad. En otras palabras: para conseguir el respeto y la deferencia de sus lectores, el escritor -antes de atarearse buscando estilo y originalidad- tiene que pensar en cómo ha de hacer para morirse primero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario