lunes, 7 de febrero de 2011

Recuerdo de Alejandro Rossi

En Ciudad Universitaria -armado de un irritable temperamento de coronel jubilado- topé de frente, hace un par de años, con el insigne filósofo Alejandro Rossi. Su silueta encorvada y antiquísima, recorría lenta, tétricamente, el supremo paraninfo del saber: el Instituto de Investigaciones Filosóficas.  Los hombros desmayados, los brazos entumecidos y un parsimonioso caminar, acentuaban su imagen de fatiga antediluviana. Acostumbrado a que lo escucharan -lo coronaran, lo encumbraran y lo acataran- con servil deferencia, miré al sublime metafísico mosqueado por un nutrido grupo de aduladores. Todos artistas de primera: escritores que no escribían, pintores que no pintaban, pensadores que no pensaban. 


En ese momento, la sucia duda me asaltó ¿Será posible que el notabilísimo Alejandro Rossi -que instruyó a generaciones de universitarios sobre hombres sabios e ilustrados- haya sido también, en el fondo, un filósofo sin teoría; un intelectual sin intelecto? A casi dos años de su muerte, sería una patética ironía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario