1
El poeta es un experto catador: cuando prueba un nuevo verso, frunce su labio inferior de orangután.
El poeta es un experto catador: cuando prueba un nuevo verso, frunce su labio inferior de orangután.
2
El poeta -¿quién lo dijera?- no tiene musa. En todo caso, para hallar la sugestión, ha contratado a un enano para que baile dentro del ardiente sol de su cabeza.
3
No es que el poeta sea un mono imperfecto: ocurre que para presumir de brazos fuertes, a veces le gusta andarse por las ramas.
4
El poeta -que algo tiene de dietista- no quiere ser prolijo. Sabe perfecto que un poema demasiado largo no es síntoma de robustez, sino la agonía de un cuerpo moribundo.
5
El poeta es un pecador tan viejo y terrible que sus acciones jamás le resultan tan malas como las espera.
6
El poeta -siempre afable y moderado- tiene una certeza: lo que no haya logrado la persuasión, lo arrancará el tormento.
7
El poeta se complace en la armonía. Por eso no cree en la verdad dicha por una mujer fea; en cambio, cede muy fácil a todas las mentiras de una mujer hermosa.
8
El poeta y el narrador -que bien se conocen- nunca se dicen sus secretos. Son como dos hombres casados que se han encontrado en una casa de putas.
9
El poeta aprecia -y por eso crea- las más altas construcciones: sabe que al derrumbarlas su caída será, con mucho, más estrepitosa.
10
Al poeta le gusta la contradicción, incluso en la literatura. Por eso cuando lee a un autor que se niega en redondo, él se niega en cuadrado. Y cuando encuentra en tertulia a los hombres de genio vivo, se aleja porque prefiere a los hombres de genio muerto.
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