En
una infausta coyuntura en donde una plaga de escritores pretenciosos se han
dedicado a tributarle al mercado temas efectistas y abracadabrantes, Malcriadas miniatura, de Tania Plata, es
−dicho sin reticencias− una obra literaria impar.
Apuntaré,
de entrada, lo que este libro no intenta plantear: no pretende −para enunciar
el más significativo de sus aciertos− apoyarse en una de esas narraciones
líricas de las que, a últimas fechas, ya sólo germinan frutos artificiales u
obras transgénicas. No quiere, en forma alguna, avivar la curiosidad de los
pueriles cazadores de novedades. Para fortuna de los lectores sensatos, la
escritora tampoco alza su vista hacia las estrellas, para buscar calamares
espaciales ni adefesios venusinos y ganar su inspiración mediante esa clase de chifladuras
galácticas.
Por
otro lado, tampoco narra las tópicas hazañas de narcotraficantes hipermezquinos
o alguna de sus jugosas franquicias paramilitares, temas y argumentos que, por
lo demás, se han convertido en el caballito de batalla de las empresas y
negocios editoriales. No por querer incorporarse a la bien pagada fabricación
de una biografía, la inventora de estas intrigas desea arrancar de su sueño
ancestral a ningún personaje histórico para enjaretarle a su hipócrita lector
la existencia, tan insulsa como apócrifa, de un renovado paladín. En el colmo
del buen tino, no encontramos en esta obra delaciones feministas ni vemos cómo
se sacrifica la trama por atizar, solapadamente, una fastidiosa denuncia
política. El libro −en la cima de sus aciertos− no alienta ninguna monserga
sobre la pendencia de clases y jamás arenga sobre el pobretón misericordioso o
el rico protervo. Y si no se trata de una obra de trasfondos maniqueos, tampoco
es un vademécum sobre las costumbres, fobias y tradiciones que nutren al
pedante lector de omnisciencias. Debemos celebrar que por ningún lugar asoman,
en estas ficciones, toxicómanos, descabezados ni crónicas sangrientas sobre la
última nota roja del fin de semana. Este libro −a diferencia de tantos pasquines
que se encuentran rebosando el estante de las primicias− jamás se obliga a
cumplir el reiterado papel sociológico que, recientemente, han comenzado a exigirse
ciertos teóricos y profesores ahora, ay, caracterizados de literatos. Por
encima de estos puntos –o bien dicho: esmeros y refinamientos− Tania Plata no quiere
escudar tesis subrepticias ni anhela defender, por ventura, ninguno de esos
repulsivos experimentos que, desde hace más de una centuria, han querido
engangrenar la buena salud del cuento.
Expuesto lo anterior, despleguemos lo
que sí nos ofrece Malcriadas miniatura:
en principio, sus personajes son individuos acechados y, al fin, descubiertos librando
in fraganti su cuota de aventuras ordinarias. Se trata de actores
deliciosamente anodinos, de ramplones gozosamente insubstanciales que, sin
problema, podrían ser reclamados por el torvo realismo balzaciano o la hosca crudeza perezgaldosiana. Protagonistas todos
de la indisoluble cotidianeidad, en una de las narraciones mejor sazonadas de
este compendio de cuentos, por ejemplo, podemos encontrar a un nostálgico y
mediocre percusionista que, dando batacazos sobre los vidrios de un camión
destartalado, como si fuesen un tom de piso o una tarola, recuerda la muerte de
su madre, mientras realiza un funesto viaje hacia ya no sabe bien qué parte. La
crueldad y el encanto, el realismo virulento y la ironía descarnada, asoman en otro
de los relatos mejor logrados de este muestrario: Los ecos de Lili, historia que narra los incidentes de una
sarcástica y candorosa jovencita, a quien su padre solía arrullar poniéndole
baladas de rock, mientras ella, entre el dolor del recuerdo y un malestar
odontológico, vocifera porque le hiede el aliento a causa de unos lacerantes brackets.
Amantes
discordantes y matrimonios que, en el interior de su propio himeneo, preparan secretamente
la disidencia para después detonarlo todo con su furia de maremoto; señoras que
apenas ayer fueron jovencitas y hoy −con la piel ajada y el corazón magullado− han
decidido prolongar su resentimiento e inmadurez hasta el infinito, son tan sólo
algunos de los muchos personajes grises, soeces y, sin embargo, brutalmente
familiares que componen el elenco de éstas Malcriadas
miniatura.
Ahora
bien: sólo a una escritora incivil y apartada de los augustos comedimientos se
le ocurriría llamar a desfilar en un mismo tablado al inerme cantautor chileno
Mauricio Riveros, al escritor británico D. H. Lawrence y a los bizarros
rockeros mexicanos de La lupita. Y
Tania Plata, siempre ajena al decoro y el pundonor, no escatima bizarría a la
hora de ejecutar esa y otras muchas intrepideces.
Sin
duda, en medio del grosero bullicio de improvisaciones, experimentaciones y
rarezas literarias Malcriadas miniatura
es una colección de cuentos que debemos ovacionar como un viento fresco y
bienvenido. Libro festivo e irreverente, el
espectador ganará mucho si se permite acudir al irreverente y audaz llamado de
su lectura.
¡Qué gusto volver a leerte! Es muy interesante la manera en que comentas el libro, sin otro propósito, que hacer lo que se te da excelente: Una buena crítica. Suena muy tentador, al parecer, habrá que leerlo. Ya te comentaré aquí mismo, lo que a mí me pareció.
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