lunes, 6 de febrero de 2012

Las greñas verdes de Baudelaire

Una mañana Charles Baudeliare se encuentra con Théophile Gautier, para desayunar en un distinguido restaurante del barrio latino en la Place de Saint Michel. El autor Les Paradis artificiels  –al que muchos suponen un dandi garboso y exquisito– se presenta transformado en un legítimo espantajo: lleva botas sucias, pantalones bañados de lodo hasta las rodillas y el cabello insólitamente teñido de un verde rutilante. Baudelaire –siempre altisonante y deseoso de alboroto– quiere sorprender a su amigo y, de paso, epatar a los emperifollados y vanidosos comensales.
Durante los alimentos, Charles Pierre –invariablemente ebrio, plañidero y recalcitrante– deplora su mala fortuna, se queja de las continuas infidelidades de Jeanne Duval, maldice a su padrastro e insulta a sus acreedores. Al tiempo que berrea y ofende a su amante mulata, sacude de un lado a otro su estrambótico greñero.  En menos de cinco minutos, con el frenesí de un lunático, se fuma siete pitillos al hilo. Cada vez que aspira el tabaco, en su cuello se forman pequeños hoyuelos, las venas se le hinchan en la frente despejada y el rostro pasa de un tono pálido a uno exageradamente liláceo. Para ese momento, la sala de admisión está perfectamente iluminada y toda la plantilla de camareros, indiscreta, se ha concentrado para observar a este personaje inconcebible. A falta de éter, acepta una infusión de licor refrigerado. Por su parte, los asistentes –mezcla de furor y magnetismo– no consiguen apartar la vista de aquella melena parpadeante. Curiosamente, frente a la extravagante pelambrera, el fundador de Le Parnassee muestra una total indiferencia. El solemne académico Gautier no es un hombre al que unas cerdas estrambóticas le produzcan gran efecto. Su conducta es impasible y actúa como si hubiera visto melenas verdes desde la cuna. Al cabo de un rato, Baudelaire, lacerado por la indolencia de aquél viejo barbudo, estalla:
         –Pero ¿me ha mirado usted bien? ¿No me nota hoy nada nuevo?
         –Mhh… No, a decir verdad.
         –Pues verá: llevo el cabello inspiradamente coloreado.
El prestigioso director de la Revue de Paris no está dispuesto a dejarse sorprender por este pérfido follador de putas y, en medio del atento silencio de la concurrencia, le pregunta:
         –Y dígame, amigo: ¿Cuántos días lleva con ese color en la cabeza?
         –Contando este, será el quinto día, el quinto –repite Charles, orgulloso, mirándolo socarronamente desde las profundas concavidades en donde tiene sumidos los ojos.
         –Ah, vaya…, debe ser por eso. Entonces no se ha enterado a tiempo. Lo cierto es que ese tono lo lleva aquí hoy todo el mundo. Desde la semana pasada, el verde mineral se ha puesto de moda, parece que por decreto, en muchísimos salones de París.

No hay comentarios:

Publicar un comentario