miércoles, 25 de enero de 2012

Las barbas de Sealtiel Alatriste

Un editor barbudo –cuya vellosidad, en apariencia, no interesa tanto como el premio Villaurrutia que le acaban de regalar– visita cierto restaurante en donde meriendo con regularidad. Ahí conversa prolongada,  febrilmente, con unos y con otros; se toma fotografías con la mayoría y almuerza con todo el mundo. Una mano longeva, nudosa, moteada y tan liviana como si estuviera hueca, se alza una y otra vez, sentenciosa, sobre una pesada ola de insistente y susurrante facundia.
–¿Y qué tal? –les pregunto a algunos–. ¿Qué opinión les merece a ustedes este señor Alatriste?
–¡Majestuoso! ¡Formidable! ¡Elocuente! –me responden, casi al unísono–. Es un hombre realmente vivaz e inteligente…
Y en verdad ¿cómo podría uno dudar de la inteligencia de alguien que soporta tan estoicamente semejante greñero invadiéndole la cara? Lo que irrita un poco es la avidez con la que aquellas personas, intrépida e irresponsablemente, proclaman su agudeza. En el lugar de este egregio publirrelacionista de la literatura, yo me afrentaría. Todos saben que el término inteligente es un adjetivo ideal para mascotas. Luego entonces, si se pretende demostrar que el señor Alatriste ostenta una inteligencia excepcional, primero habría que confrontarlo con los perros de las praderas. Entonces ya veríamos, en verdad, el tamaño de su genialidad.
Un poco inconforme, como siempre, exijo a la audiencia que me repita alguno de los inteligentísimos aforismos o sentencias en donde el privilegiado ingenio del autor de  En defensa de la envidia se manifieste en todo su esplendor. Tratando de ponerme en mi lugar, los convidados me abuchean y me gritan que, de una vez por todas, deje de fastidiarlos y también al barbado sibarita.
Desde la mesa en donde el épico librero festeja con sus rendidos comensales, un incisivo caballero, queriendo aleccionarme, me interpela virulento:
–¿Es que hace falta ser un Hegel para ser un hombre avispado? –. ¡No! Realmente, don Sealtiel (sic) no ha dicho, hasta ahora, alguna máxima brillante; pero durante un par de horas ha departido bien y bonito sobre temas que ninguno de nosotros conoce ni entiende. Y ¿sabe usted qué más? ¡Pues que tiene una barba canosa y larguísima, como esos filósofos de la antigüedad! ¡Y eso, señor mío…, se respeta!
En ese momento comprendo que el taimado señor Alatriste, hábilmente, se ha dejado crecer ese denso pelaje con tal de conseguir un poco de pedigrí literario.

3 comentarios:

  1. ¡¡¡genial y certero!!! Lo compartiré en FB. Me he reído como loco.

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  2. Pseudo escritores que engendran un asco genuino y no copias de vómito ajeno. Ellos saben que en toda la vida y después de la muerte serán olvidados. Y si alguien recuerda dirá con certeza: fue el estúpido aquel que robaba a descaro los textos hermosos de grandes autores.

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  3. Y falta ahondar en su turbio paso como editor. Ver http://sealtielalatristecazador.blogspot.com y http://alfaguaraeditorial.blogspot.com

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