jueves, 8 de marzo de 2012

La mosca chimuela

Ricardo Cruz  –la mosca chimuela– circula por las calles hablando sólo y cantándole al cosmos. Con la dentadura quebrada, los ojos llorosos y la barba invadiéndole el rostro, semeja un podrido muñeco de paja. Ha sobrevivido, con impavidez, a tortuosas adversidades: orfandad, desempleo, divorcio e indigencia. Al cabo de una radical batalla contra el agua, también la ha derrotado y ahora reina, soberbio, sobre los malolientes.
La mosca chimuela forma parte de la legión de carroñeros que repta en la colonia. Es uno de esos vigorosos desposeídos que nunca se quebranta, que anda semidesnudo y no padece frío, que duerme en la calle y jamás enferma. Sin cordones en los zapatos, desgreñado y despidiendo virutas de aire rancio, parece el concubino de la miseria. Su rostro es puro esqueleto y piel marchita. Y aunque canta –o mejor: aúlla– alegres tonadillas por toda la manzana, este joven menesteroso algo tiene de melancólico. Pocos saben que debajo de su repulsivo antifaz de pordiosero hay también un joven sensible y un poco desolado.
Para sobrevivir, realiza anodinos trabajos de mecánica, comete pequeños hurtos, limosnea un poco, y, siempre que puede, tima a sus cándidos parientes. Su atuendo es tan simple como misceláneo: un putrefacto pantalón de mezclilla, un par de tenis consumidos por el uso, una playera en donde hay dibujada una bruja narigona que, de una luna hecha de queso, surge tocando un violín:
–¿Qué qué, qué qué queeeee? Pos si a mi me late a madres el Mago de Oz. Psss es la mera neta ¿Sí o no míjo?
Orgulloso de su vestimenta desacorde, anda con el pantalón remangado para mostrarle a todo México sus patrióticos calcetines: uno verde, el otro rojo. Su cuerpo está tan absurdamente diseñado que hasta el peor de los caricaturistas lo dibujaría con mejores trazos en la oscuridad. En ese momento llega el pizzero –distribuidor de tachas, coca y marihuana– y sus ojos acuosos se abisman en el infinito. Con una velocidad inverosímil, sale corriendo detrás del auto, al tiempo que canta y baila estrambótico:
–¡Ahí nos vemos míjo: ya nos cacturaron! ¡Yoora sí ya nos cayó la voladoraaaa!
Ya lo dijo Marco Aurelio: “vivir exige el talento del luchador, no el del bailarín. Es suficiente con mantenerse de pie: no hacen falta pasos hermosos.” 

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