domingo, 27 de marzo de 2011

Los quebrantos de un poeta tropical

A la salida de la playa de Icacos -sentado perezosamente sobre una banquita de cemento- me aguarda el poeta Jeremías Marquines Portillo. Tiene los ojos color miel, las mejillas de un rosa encendido y un hoyuelo -casi una caverna- en la barbilla. Apenas lo conozco y -hasta hoy, sinceramente- sólo había leído un pequeño poemario de su enardecida inspiración: “Duros pensamientos zarpan al anochecer en barcos de hierro”.

Al verme, su tono de voz brota cordial y espontáneo. En menos de cinco minutos, nos rendimos a las confidencias. El autor tabasqueño -radicado desde hace algunos años en las abúlicas playas de Acapulco- me narra una abracadabrante historia sobre sus inicios literarios. De un solo golpe, me entero que este joven -que tiene el cuerpo ancho y vigoroso de un pescador de mojarras- padeció, en su infancia, los escarmientos de un avieso y fanático progenitor. “Figúrese usted -me cuenta el lacerado poeta, mientras saca de entre sus ropas un paquetito de galletas Marías- si después de tanto palo no iba yo a construir mi obra sobre quejas y lamentos.”
“En mi casa no había libros -continúa el dolorido vate-. Para mi padre solo contaba el trabajo, así como las duras y tajantes experiencias de la vida.” Marquines -cuya obra ha suscitado el entusiasmo en Barra Vieja, Puerto Marqués, Pie de la Cuesta, La Quebrada, e incluso en algunos municipios de Coyuca de Benítez- tenía que trabajar hasta que le punzaran los huesos. Pero lo que le resultaba más pesaroso es que, luego de aquellas inclementes faenas, tenía que llegar a servirles la sopa a sus hermanitos, exprimirles unas naranjas, cocerles el pollo y, finalmente, llevarlos a dormir.
Así las cosas, el poeta Jeremías Marquines -hoy también metido a periodista- resulta una gran lección para esos literatos altivos y faltos de experiencias amargas. Luego de una hora de sollozantes y acaloradas revelaciones, me despido agradecido. He descubierto que hoy -como hace tres siglos- el ingenio, la mentira y el amarillismo biográfico sigue siendo una constante entre los poetas tropicales.

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