El ogro de la literatura
De tiempo en tiempo, el amodorrado ogro del racismo y la segregación
literaria −acunado por decenios de hipócritas cantinelas progresistas,
libertarias y hasta demócratas− despierta, intranquilo, de su frágil y elevado
ensueño. En cuanto un grupo de autores inéditos toma la palabra, se pueden
escuchar los implacables y encrespados gruñidos del monstruo separatista que
−entre el trastorno y el delirio senil− se pregunta, inquieto: “¿Y esos? ¿A qué
vienen? ¿Qué desean expresar, qué pretenden escribir? ¿Bajo qué auspicios
llegan a esta, mi casa? ¿Cuál es su profecía? ¿A qué tanto estrépito? ¿No
perciben que, a esta hora de mi vida, me encuentro rancio y fatigado? ¡Se ven
muy insolentes! ¿Será por efecto de su lozanía? ¿Ay, qué fermentado demonio los
patrocinará? ¿Tendrán suficientes títulos para hablar en ese tono tan franco y
soberano? ¿Acudirían a prestigiosos liceos? ¡Que me expongan todos, uno a uno,
sus credenciales! ¿Estarán dispuestos a seguir mis celebérrimos pasos?
¿Aceptarían, sin más, adorarme como a su providencia? De ser el caso, ofrezco cuantiosos
estímulos y galardones. ¡Como sea, me encuentro inquieto! ¡Debo tomar mis
prevenciones! ¿Cómo es que reza esa inscripción que cierto día –creo que ya hace
un siglo− mandé grabar sobre mi inmortal asiento imperial? ¡Demontre! Mis ojos
están tan reventados que apenas puedo entreverla: «El que ansía
fama y no destripa a Bokassa y no degüella a cada hijo −y a cada posible
heredero− de Bokassa sólo por un efímero tiempo logrará mantener su imperio.» ¡Una vez más, como
en aquél entonces, me asiste toda la razón! ¡Debo eternizar, a todo trance, mi
noble y poderoso y amado caudillaje! ¡El caso es que ya no conservo un solo
diente sano! ¡Ya no me resulta tan fácil ejercer la antropofagia! ¡De cualquier
modo, me aseguraré de que esos velados escritorzuelos se chamusquen –y después
se pierdan todos− en el infierno del anonimato!”
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