lunes, 11 de junio de 2012

El ogro de la literatura



De tiempo en tiempo, el amodorrado ogro del racismo y la segregación literaria −acunado por decenios de hipócritas cantinelas progresistas, libertarias y hasta demócratas− despierta, intranquilo, de su frágil y elevado ensueño. En cuanto un grupo de autores inéditos toma la palabra, se pueden escuchar los implacables y encrespados gruñidos del monstruo separatista que −entre el trastorno y el delirio senil− se pregunta, inquieto: “¿Y esos? ¿A qué vienen? ¿Qué desean expresar, qué pretenden escribir? ¿Bajo qué auspicios llegan a esta, mi casa? ¿Cuál es su profecía? ¿A qué tanto estrépito? ¿No perciben que, a esta hora de mi vida, me encuentro rancio y fatigado? ¡Se ven muy insolentes! ¿Será por efecto de su lozanía? ¿Ay, qué fermentado demonio los patrocinará? ¿Tendrán suficientes títulos para hablar en ese tono tan franco y soberano? ¿Acudirían a prestigiosos liceos? ¡Que me expongan todos, uno a uno, sus credenciales! ¿Estarán dispuestos a seguir mis celebérrimos pasos? ¿Aceptarían, sin más, adorarme como a su providencia? De ser el caso, ofrezco cuantiosos estímulos y galardones. ¡Como sea, me encuentro inquieto! ¡Debo tomar mis prevenciones! ¿Cómo es que reza esa inscripción que cierto día –creo que ya hace un siglo− mandé grabar sobre mi inmortal asiento imperial? ¡Demontre! Mis ojos están tan reventados que apenas puedo entreverla: «El que ansía fama y no destripa a Bokassa y no degüella a cada hijo −y a cada posible heredero− de Bokassa sólo por un efímero tiempo logrará mantener su imperio.» ¡Una vez más, como en aquél entonces, me asiste toda la razón! ¡Debo eternizar, a todo trance, mi noble y poderoso y amado caudillaje! ¡El caso es que ya no conservo un solo diente sano! ¡Ya no me resulta tan fácil ejercer la antropofagia! ¡De cualquier modo, me aseguraré de que esos velados escritorzuelos se chamusquen –y después se pierdan todos− en el infierno del anonimato!”