Buscando solaz, termino extraviado en las playas de Cancún. En un desorientado peregrinaje, tropiezo con José Antonio Santayana. El poeta caribeño es autor de un simpático e incoherente librito titulado: “Deseo ser como el soplo para sembrar mis dulces coplas en los abiertos surcos del mar.” Se trata de un hombre corpulento con una joroba de músculos en la espalda que, sin duda, debe agregar problemas al sastre que confecciona sus guayaberas. La diminuta cabeza del escritor, hundida entre un par de hombros formidables, me parece insultantemente pequeña. Su cuerpo es pesado y -como todo barrigudo- tiene corto el resuello. Camina dando suaves balanceos, como si fuera un elefante con una pierna más corta que la otra.